Hace unos días la Ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, Ana Mato, anunció la elaboración de una Ley del Tercer Sector. Es por ello que me he animado a escribir unas líneas.
No podemos negar que uno de los motivos por los que la crisis se está cebando con las personas se debe a la falta de una barreras firmes entre el Sector Público y el Tercer Sector.
Históricamente el auge del asociacionismo comenzó a ser devorado por un Estado que comprendió las desigualdades más patentes de aquella época. Sin embargo, más allá del plano de la sanidad y la educación otras esferas potenciales de desigualdad se cubrieron con otros métodos.
En este punto se consolidan las subvenciones y ayudas a entidades sin fines de lucro por parte del Estado, de manera que lo que no es capaz de cubrir recaía en estas.
A pesar de visibilizarse las carencias de este sistema en épocas de bonanza se prefirió continuar poniendo la mano y agachando la voz y, es que ya dice el refrán que "no hay animal que muerda la mano del que le da de comer".
Ahora bien, hemos de reflexionar si la estrategia ha de continuar por el camino del silencio o por el de la voz. Hablar hace daño, pero sensibiliza, acerca realidades al oído.
Por otro lado, el Tercer Sector ha de saber defender que sus características cívicas e independientes son motor de innovación y creatividad para buscar nuevas estrategias de atención, de financiación y de gestión. Ello se refuerza con su finalidad, que NUNCA es el lucro.
De tal forma, la nueva anunciada ley no ha de servir para redistribuir los servicios básicos a las organizaciones no lucrativas pero tampoco ha de recortar las alas a un sector capaz de aportar humanidad.